Que interesante- dijo la vieja, sin quitar los ojos de la mano
del muchacho. Y se volvió a quedar
callad. El chico se estaba poniendo nervioso. Sin poderlo impedir, sus
manos empezaron a temblar y la vieja se dio cuenta.
-Viniste a saber de sueños-
respondió la vieja-. Y los sueños son el lenguaje de Dios. Cuando Él habla el
lenguaje del mundo, yo puedo interpretarlo. Pero si habla el lenguaje de tu
alma solo tu podrás entenderlo. Yo te voy a cobrar la consulta de cualquier
manera.
-Tuve el mismo sueño dos veces
seguidas-dijo- soñé que estaba en un prado con mis ovejas cuando aparecía un
niño y empezaba a jugar con ellas.
-vuelve a tu sueño- dijo la vieja- . tengo una olla
en el fuego. Además, tienes poco dinero y no puedes tomar todo mi tiempo.
El chico espero un poco para ver
si la vieja sabia lo que eran las pirámides de Egipto- pronuncio las tres
ultimas palabras lentamente, para que la vieja pudiera entender bien- el niño
me decía: si bienes hasta aquí encontraras un tesoro escondido”.
La vieja continúo en silencio
durante algún tiempo. Después volvió a coger las manos del muchacho y a
estudiarlas atentamente.
-No voy a cobrarte nada ahora-
dijo la vieja-, pero quiero una decima parte del tesoro si lo encuentras.
-Antes, jura. Júrame que me vas a
dar la decima parte de tu tesoro a cambio de lo que voy a decirte.
El chico juró. La vieja le pidió que repitiera
el juramento mirando a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
El muchacho quedo sorprendido y después de irritado. No necesitaba haber
buscado a la vieja para esto. Finalmente recordó que no iba a pagar nada.
Ya que no soy una sabia, tengo
que conocer otras artes, como la lectura de manos.
¿y cómo voy a llegar a Egipto?
Yo solo interpreto los sueños. No
se transformarlos en realidad.
Y la vieja no dijo nada más. Le pidió al
muchacho que se fuera, porque ya había perdido mucho tiempo con él.
El muchacho salió decepcionado y
decidido a nunca más creer en sueños. Sea acordó de que tenia varias cosa que
hacer fue al colmado a comprar algo de comida, cambio su libro por otro más
grueso y se sentó en un banco de la plaza para saborear el nuevo vino que había
comprado.
Y si no somos como ellas esperan
que seamos, se molestan. Porque todas las personas saben exactamente como debemos vivir nuestra vida.
Y nunca tiene idea de como deben
vivir sus propias vidas. Como la mujer de los sueños, que no sabia
transformarlos en realidad.
Resolvió esperar a que el sol
estuviera un poco mas bajo antes de seguir con sus ovejas en dirección del
campo. En tres días más estaría con la hija del comerciante.
Cuando consiguió concentrarse un
poco más en la lectura – y era buena, porque hablaba de un entierro en la
nieve, lo que transmitía una sensación de frio debajo de aquel intenso sol- un
viejo se sentó a su lado y empezó a buscar conversación.
¿Que sol esta haciendo? –
pregunto el viejo, señalando a las personas de la plaza.
-Trabajando- respondió el
muchacho secamente, y volvió a fingir que estaba concentrado en la lectura.
El viejo sin embargo insistió.
Explicó que estaba cansado, con sed, y le pidió un trago de vino. El muchacho
le ofreció su botella; quizá así se callaría.
Pero el viejo quería conversar de
cualquier manera. Le pregunto que libro estaba leyendo. Entonces ofreció el
libro al viejo por dos razones: la primera
que no sabia pronunciar el titulo, y la segunda que si el viejo no
supiera leer, sería el quien se cambiaria de banco para no sentirse humillado.
Humm…- dijo el viejo
inspeccionando el volumen por todos lados, como si fuese un objeto extraño. Es
un libro importante pero es muy aburrido.
El muchacho quedo sorprendido. El
viejo también leía, y además ya había leído aquel libro.
-es un libro que habla de lo que
casi todos los libros hablan –continuo el viejo-, de la incapacidad que las
personas tienen para escoger su propio destino. Y termina haciendo que todo el mundo crea la mayor mentira del
mundo.
¿Cuál es la mayor mentira del
mundo?, indagó, sorprendido, el muchacho.
-Es esta: en determinado momento
de nuestra existencia perdemos el control de nuestras vidas y ellas pasan a se
gobernadas por el destino. Esa es la mayor mentira del mundo.
-Conmigo no sucedió esto- dijo el
muchacho-. Querían que yo fuese cura, pero yo decidí ser pastor.
-Así es mejor- dijo el viejo- porque
te gusta viajar.
“Ha adivinado mi pensamiento”, reflexiono el
chico. El viejo mientras tanto, hojeaba el grueso libro sin la menor intensión
de devolverlo. El muchacho noto que vestía una ropa extraña; parecía
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