Primera parte
El muchacho se llamaba Santiago,
comenzaba a oscurecer cuando llego con su rebaño frente a una vieja iglesia
abandonada. El techo se había derrumbado hacia mucho tiempo y un enorme sicomoro
había crecido en el lugar que antes ocupaba la sacristía.
Decidió pasar la noche allí. Hizo
que todas las ovejas entrasen por la puerta en ruinas y entonces coloco algunas
tablas, de manera que no pudieran huir durante la noche.
Cubrió el suelo con su chaqueta y
se acostó, usando como almohada el libro que acaba de leer. Recordó, antes de
dormir, que tenia que comenzar a leer libros mas gruesos: se tardaba mas en
acabarlos y constituían almohadas mas confortables durante la noche.
Aun estaba oscuro cuando
despertó.
<<Quería dormir un poco mas
>>, pensó. Había tenido el mismo sueño que la semana pasada y otra vez se
había despertado antes del final.
Se levanto y tomo un trago de vino. Se había dado cuenta
de que en cuanto él se despertaba, la mayoría de los animales también lo hacia.
Como si hubiese alguna misteriosa energía uniendo su vida. Desde hacia 2 años
recorrían con el la tierra, en busca de agua y alimento.
Algunas de ellas, no obstante,
tardaban un poco mas en levantarse; el muchacho las despertó, una por una con
su cayado, llamando a cada cual por su nombre.
El les hablaba de los libros que
le habían impresionado hablarles de la soledad.
En los 2 últimos años, no
obstante, su tema había sido prácticamente solo uno: la niña, hija del comerciante,
que vivía en la ciudad adonde llegarían dentro
de 4 días.
Un amigo le había indicado la
tienda, y el pastor había llevado sus ovejas allí.
-necesito vender lana- le dijo al
comerciante.
La tiendo del hombre estaba
llena, y el comerciante pidió al pastor que esperara hasta el atardecer. El se
sentó en la acera frente a la tienda y saco un libro de su alforja.
-no sabía que los pastores fueran
capaces de leer libros- dijo una voz femenina de su lado.
Era una joven típica de la región
de Andalucía con sus cabellos negros lisos y los ojos que recordaban vagamente
a los antiguos conquistadores moros.
Se quedaron conversando durante
más de 2 horas. Ella le conto que era hija del comerciante y hablo de la vida
en la aldea, donde cada día era igual al otro.
A medida que el tiempo fue pasando,
el muchacho comenzó a }desear que aquel dia no acabase nunca, que el padre de
la joven siguiera ocupado mucho tiempo y le mandase a esperar tres dias. Se dio
cuenta de que estaba sintiendo algo que nunca había sentido antes: las ganas de
quedarse a vivir en una ciudad para siempre. Con la niña de cabellos negros.
El día comenzó a abrirse y el
pastor coloco las ovejas en dirección al sol, “ellas nunca necesitaran tomar
una decisión- pensó-. Quizá por eso permanezcan siempre tan cerca de mi. La
única necesidad que las ovejas sentían era la del agua y alimento.
A cambio ofrecían generosamente
su lana, su compañía, -y de vez en cuando-, su carne.
El muchacho comenzó a extrañarse
de sus propios pensamientos quizá la iglesia con aquel sicomoro creciendo
dentro, estuviese embrujada. ¡había hecho
que soñase el mismo sueño por
segunda vez y le estaba provocando una
sensación de rabia contra sus compañeras, siempre tan fieles.
Sabia que en pocas horas, con el
sol alto, el calor seria tan fuerte que no podría conducir a las ovejas por el
campo. Era la hora en que toda España dormía
en verano. El calor se prolongaba hasta la noche.
En dos años de recorridos por las
planicies de Andalucía el ya se conocía de memoria todas las ciudades de la
región, y ésta era la gran razón de su vida: viajar. Estaba pensando en
explicar esta vez a la chica por que un simple pastor sabe leer.
Sus padres querrían que él fuese cura, motivo de orgullo para una
sencilla familia campesina que trabajaba
a penas para la comida y agua, como sus ovejas,. Estudio latín, español,
teología. Pero desde niño soñaba con conocer el mundo y eso era mucho mas
importante que conocer a Dios y los pecados de los hombres.
El horizonte se tiño de rojo y
después apareció el sol. El muchacho recordó la conversación con el padre y se
sintió alegre; ya había conocido muchos castillos y muchas mujeres (aunque
ninguna igual a aquella que lo esperaba dentro de dos días). Tenía una
chaqueta, un libro que podía cambiar por otro y un rebaño de ovejas. Lo mas
importante, sin embargo, era que cada día realizaba el gran sueño de su vida,
viajar.
Miro el cielo y calculo que
llegaría a Tarifa antes de la hora del almuerzo. Allí podría cambiar su libro
por otro mas voluminoso, llenar la bota de vino, afeitarse y cortarse el pelo;
tenia que estar bien para poder encontrarse con la chica y no querría pensar en
la posibilidad de que otro pastor hubiera llegado antes que él, con mas ovejas,
para pedir su mano.
Reflexionó, mientras miraba
nuevamente el cielo, y apretaba el paso. Acababa de acordarse que en tarifa
vivía una vieja capaz de interpretar los sueños.
La vieja condujo al muchacho
hasta un cuarto, en le fondo de la casa, separado de la sala por una cortina
hecha con tiras de plástico de varios colores.
La vieja se sentó y le pidió que
hiciera lo mismo. Después e cogió las manos y empezó a rezar en voz baja.
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